Paseo eterno por el lago

Era la enésima vez que al calor de la bebida aquél jóven caballero vestido de negro, que siempre usó sombrero de copa color caqui con franja roja, pedía que se repetieran aquellas pegajosas melodias, no importando lo costoso de aquellas reproducciones entre las que se contaban alegres y bailables fox-trots, tangos y charlestones; grabadas en aquel disco de sonido ortofónico de la Victor Talking Machine -que no duraba más de quince minutos- y que, además era el único de la dueña de aquel lugar, pero que sin temor a equivocarse, se encontraba muy de moda en todas las capitales.

Este era reproducido por una vieja vitrola ubicada al fondo de una ramada. Unas luces rojas y azules agregaban el tono festivo al ambiente, al cual pertenecía la cervecería «Brisas del Lago», donde aquellas parejas departian frente a aquel pajarito cantor eléctrico, cuyo sonido gangoso, pedía a gritos se calibrara con urgencia el fuelle que hacía bajar la fina aguja al disco; pese al incoveniente mecánico convocaba a una catársis que hacia a las parejas lanzarse al torbellino del baile.

Sentados en una mesa decidieron relajarse tomando cervezas frías, que eran sacadas de aquel refrigerador Kelvinator color azul. Acto seguido las parejas optaron por una bella caminata bajo la luz de luna, dicho evento no había sido casualidad, había sido fruto de meses de preparación, pues habría figurado como <<atracción principal>> en los anuncios de los períodicos de la época como: «La caminata de los amantes».

La idea de asistir al evento tenía dos objetivos, primero despabilarlos de la cotidianidad, del ruido del claxón que cada día crecía más, lo incomodo de viajar apretados en los tranvías de sangre, etc. Y por último, dicho sea de paso, su itinerario climáx debería ser el paso de las parejas a través de un sendero iluminado por antorchas, alineadas en un largo tramo; iluminando como nunca las arenas de la playa de aquel hermoso lago.

– Estamos aquí para celebrar el progreso de mi persona-, exclamó el jóven, cuya cara no podía ocultar la felicidad que emanaba, ya que, al fin, haría pública la noticia de su futura boda con Irmita, dependienta del cirujano- dentista americano.

Esperó ese día con mucho anhelo, había decidido, pese la negatividad de su madre, que era momento de desenterrar del patio aquella módica fortuna que había sido entregada de manos de su abuela, antes de ser enviada a una muerte segura a las cárceles municipales, bajo el delito de defraudación al fisco o venta de alcóhol clandestina. Para nadie era un secreto que se trataba de un negocio familiar y que contaban con una marca que cuidar y un prestigio que mantener.

Y es que era tanta la fama de aquel brevaje que se aseguraba que había causado la muerte de varios borrachitos consuetudinarios.

– Tengo una importante noticia que compartirles, este sábado, he sido aceptado como cajero en el Hotel Nuevo Mundo-, les dijo a los que lo rodeaban mientras sostenía la mano de su amada y además agregó:

– Padrinos, por fin veo conveniente casarme, debo ganarme dignamente la vida trabajando como Dios manda-. Expresó sabiendo de antemano que tendría su bendición en tan trascendental empresa en la vida de la mujer y el hombre.

La pareja de enamorados se conocieron por casualidad, él recogió su pañuelo del suelo, en la salida del Teatro Nacional. Esa noche sus palcos habían fungido como sala  de cine, proyectando en esa ocasión el filme de la Metro- Goldwyng- Mayer: «Ben Hur», estrenada el treinta de marzo de mil novecientos veinticinco, pero que no fue exibida en dicho teatro sino cuatro años déspues y nunca pudo olvidar las palabras que contenía aquel afiche y que rezaban en chillantes letras doradas: «Ben-Hur: a tale of Christ», protagonizada en su rol estelar por la sensual Patty Bronson y con quien insistiría el muchacho en comparar con recurrencia a su prometida, quien lo veía como un bello halago al recordar lo fina y elegante que puede ser una mujer incluso en temas de la ley de Dios.

A pesar de las críticas y miradas y juzgonas de los familiares de la novia, de el cura melindroso e indiscreto del lugar y chismosos en general, llevaban seis meses viviendo juntos en un cuarto de mesón, de esos que las autoridades de la época resolvieron rebajar, debido a la expansión acelerada de la periferia de la capital para ese año, pasando a valer diez las que antes estaban cotizadas en quince o veinte, esto facilitó que pudieran acompañarse.

Volviendo al extásis del lago, pasando la medianoche, las parejas rentaron un cayuco y visitaron una isla, muy iluminada por la gente local, de regreso, encontrándose a escasos cuarenta metros de la playa, su prometida queriendo cambiar de lado dentro de la pequeña embarcación, hizo que el cayuco se volteara y lanzó los tripulantes al agua.

La embarcación cayó sobre la humanidad del muchacho partíendole la cabeza y hacíendole perder el conocimiento. Su padrino convino salvar a las mujeres, cansado y todo, como pudo, regresó a la playa para buscar el cuerpo del jóven de apellido Vega, fue en vano, la forma cónica del lago y la densa neblina que cubrió aquel apacible cuerpo de agua imposibilitaron encontrar al muchacho, la busqueda se extendió hasta la mañana, y continuó los días, meses y años siguientes.

Su prometida, nunca abandonó la idea que su amado estuviera aún con vida, despúes de todo la embarcación desapareció misteriosamente con él, el lago jugó un papel siniestro. Esto me lo contó una señora de rostro sereno y risa franca, ocurrió en mil novecientos cincuenta y ocho, cuando se me acercó vendiendo pezcaditos recién sacados de aquel hermoso lago, con tortilla y  un trozo de limón coronando exquísito manjar en bolsa. La observe caminando -con su ropa de aspecto apolillado- en la playa del nuevo y remodelado Turicentro que ahí se había erigido.

Al confundirme con su amado por mi aspecto, se sintió destrozada cuando no reconoció nada familiar en mi rostro. Acto seguido se enjugó las lágrimas preguntándome por un muchacho delgado y blanco que viste ropa negra y sombrero de copa, ella sentía en su corazón que el rencuentro estaba cada día más cerca, según me expresó:

– Él tiene que regresar y reconocerme de inmediato, pese a mis arrugas, soy la más parecida en el mundo a Patty Bronson, yo lo sé…

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