Esas «despedidas»

Eran cuatro, tomaron asiento en una pequeña mesa de color que se encontraba en un rincón, cerca de unos salones de la Avenida Independecia, quizá evitando las miradas de juzgones que viajan en los autobuses que circulan esas calles.

Todos contemplaban una botella aun sin destapar,  que los invitaba a iniciar el deleite. El más ansioso incluso la acariciaba, como queriéndose adelantar a la catarsis que provocaba aquel líquido de tono ambarino; los otros impacientes y sedientos pedían a las muchachas los vasos con hielo.

Estos mismos cuatro habían planeado una despedida fenomenal hacía meses. Era un treinta y uno de diciembre y el sargento les había dado licencia para poder pasar con sus familias, durante muchos años tuvieron turnos difíciles, ¡era hora de mandarlos a descansar!

Todos sabían como resolver en caso de cogerlos la noche en el jolgorio. Dos eran de Soyapango; uno de Apopa, mientras que el otro de Merliot.

Conversaron un rato del año nuevo que se les venía, las exigencias de la Coorporación y cosas del cotidiano en su profesión, por eso planearon escaparse de su rutina con una buena despedida.

A pesar de las muchas insistencias a la dueña del lugar, esta tenía que despachar a los demás clientes que habían llegado antes. Para no amargarse con ella, los festejantes comenzaron a hablar del suceso que había acontecido tres días antes: La balacera en el centro.

– Cuando nos mandaron al Centro hace cuatro meses no me lo pude haber imaginado- dijo el de Merliot.

-Yo solo vi a los babosos correr- espetó uno de los uniformados, y además agregó en voz baja:

– Nosotros solo continuamos el intercambio de disparos por unos minutos.

– A mi por poco me pega un bandido de esos -contaba el de Apopa- como pudimos le hicimos frente, aunque por un momento, cuando aumentaron en número y nos rodearon, el miedo fue apremiante.

– ¡Corazón me trae el hielo…!- gritó furioso uno que solamente escuchaba y que había permanecido expectante de todo lo que acontecía a su alrededor.

– Si amor, ya casi…- Contestaron desde uno de los cuartos de adentro.

Ya para esas horas las explosiones de los cuetes atronaban el lugar, miles de personas regresando como hormigas a sus respectivos hormigueros, con la cena y los estrenos; la parafernalia navideña clásica maquillaba toda la ciudad.

– ¡Saben mejor callense! Agradezcan que estan vivos, ya cambien de cassette.- Agregó uno de Soyapango; espero todos hayan pensado en los regalos también, desviando por completo la nefasta plática.

– ¡Obvio! Yo le llevo a mi madre su Misterio con todo y su pesebre.

– Por cierto- habló el otro de Soyapango- ¿ Ustedes saben porqué el Niño Dios nació en un establo?

– ¡Noooo…!- Respondieron casi sincronizadamente.

– Pues resulta que la Virgén y San José llegaron a Belén, pero como no conocían anduvieron dando vuelta un rato. Al llegar a un lugar se toparon con una multitud que miraba un juego de fútbol: estaban jugando el Fas y el Aguila, equipos famosísimos ya para aquella época.

A María le parecía de lo más aburrido el asunto, consideraba a la gente como una proto cultura transculturizada altamente alienante y agregaba otros cuestionamientos sociológicos interesantes al asunto. Por su parte el Santo estaba encantado y decidió quedarse. A nuestra virgén le tocó tragarse el enojo y disimuló muy bien que él ejercía el poder sobre ella.

En lo mejor del encuentro, Jorge «Mágico» Gónzales barrió con los defensas colocando una diagonal retrasada que impactaría  «la avioneta argentina» Casadey anotando el uno por cero en el encuentro. El público enloqueció y se puso bueno el asunto.

La virgén aburrida pedía a San José que se fueran.

– Tranquila mujer que ya casi empatan- le decía San José.

Transcurrido un rato, que a María le parecío una eternidad, le volvio a insitir:

– ¡Puchica José, ya es tarde hombre!

– Esperate mujer casi empatan…

Luego de otro rato le dijo la virgén:

– José, ya no vamos a encontrar cuarto en ningún mesón…

En medio de la discusión y uno que otro tiro impactado en el travesaño, terminó el partido; el Fas ganó uno a cero. Cuando fueron a buscar cuarto no encontraron, asi que les tocó resguardarse en los portales, que eran los establos.

– Viste que te dije- le reclamó la Santa Madre.

– Hay que dar gracias por todo a Dios, de todos modos que se le va a hacer María…

Fue porque el Aguila no le pudo empatar a Fas que el Niño Dios nació en un pesebre.

– Blasfemo, mejor callate, te vas a ir al infierno- conjuraron casi en coro sus compañeros.

– ¡Pero es cierto! Fijense ustedes en los nacimientos, mini posters, postales y demás. En todas el pequeño niño chelito y colochito sale levantando el dedito, con eso nos recuerda siempre aquel uno a cero.

A los demás no les quedó más que soltar sendas carcajadas.

– ¡Señorita nos vamos…!- se acordaron del bendito hielo.

– Demasiado hombre, ya mucho esperamos…- Dijo uno simulando su retirada.

Acto seguido ven contonear aquellas voluptuosidades de la muchacha acercándose con unos vasos de hielo raspado en la mano.

– ¿No me puso cucharita?- Reclamó el de Merliot.

– Aquí estan amor- le dijo la señorita que le ayudaba.

Los cuatro compañeros se sonrieron y al instante se encontraban saboreando sus ricas minutas con jarabe de piña.

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